Las instituciones y las personas siempre han querido
ser inmortales. Por esa obsesión, nuestra civilización occidental ha construido
mitos fabulosos y más de un dios ha encontrado sentido en esa nostalgia que
abruma y que busca cualquier vía para no pasar a ser silencio y olvido.
El silencio y el olvido son conjugaciones de un mismo
acontecer. La gente, porque olvida, va sometiendo al silencio aquello que va
dejando de ser vivencia importante. Frente a esa tendencia fatal e inexorable
las instituciones han elaborado ritos que tienen la suprema importancia del
recuerdo. Una de ellas es, precisamente, la del acto de colgadura de los que
han sido sus presidentes.
Las galerías de presidentes son una ventana al pasado.
Y de muchas maneras una forma de reconocerlo y reconciliarnos con nuestra
propia historia. Reconocer que estamos orgullosos de esa trayectoria que se
sigue reproduciendo en el presente, que por eso mismo tiene futuro, y comprender
a la vez el legado, siempre personal, de los que han tenido la inmensa
responsabilidad de interpretar un momento, una situación, de encararla y de
representar un complejo de principios y valores que son acaso el único acervo
de nuestras instituciones.
Por eso yo siempre he pretendido aconsejar que este
sea un acto solemne. Y por esa misma razón hace cuatro años le pedí al que era
el presidente de ese momento, Fernando Morgado, que me concediera el privilegio
excepcional de estar aquí y ahora, contribuyendo a celebrar dos años que vivimos intensamente.
Agradezco a Mauricio Tancredi que haya finalmente
honrado el compromiso institucional y que hoy estemos aquí, todos reunidos, en
un momento de sosiego, para hablar de una porción de nuestra historia reciente,
recordar que estas historias las hacen
los hombres y que al final el que nos hayamos mantenido tanto tiempo tiene
mucho que ver con aciertos y errores personales, con la capacidad de
interpretar el momento, y con el intento de convocar a otros al esfuerzo de
seguir haciendo válido el propósito y los empeños de nuestras instituciones.
Consecomercio nació para defender la libertad. Basta
ver la nómina de los fundadores para catar el indoblegable compromiso con un
país repleto de oportunidades, competitivo, abierto al mundo, y dispuesto a
encarar el reto de transitar por los raudales y rápidos de la modernidad, a
pesar del acecho constante de la barbarie que trasmuta algunas veces en
despotismo, otras en privilegios, y muchas otras en el cálculo que complace el
interés propio y olvida que la República no sobrevive si no hay oportunidades
para todos por igual.
Y precisamente, la borrasca y las aguas tempestuosas
encontraron en Nelson Maldonado un capitán capaz de conducir esta institución
sin que se evadieran los peligros, pero tampoco corriendo el riesgo de perder
el curso. Y allí está la primera lección de esa experiencia que forma parte de
un legado que vale la pena contar: Que la forma más fácil de perder la ruta es
evitando las acechanzas del entorno y condenando a las instituciones a la
inutilidad. O visto de manera positiva, tal y como fue, que es un deber que no
vale la pena traicionar el asumir los costos de la época que nos toca vivir.
No es fácil la soledad institucional. Algunos se
agobian. Otros comienzan la equivocación del individualismo que cree tener en
sus manos las preguntas y sus respuestas. No es fácil ser escena y escenario
con un auditorio tan complicado como lo puede ser el comercio venezolano.
Y sin embargo me parece importante señalar que parte
del éxito que hoy estamos recordando fue que Nelson nunca tuvo miedo de
rodearse. Él, que siempre ha dicho que
“de esto o de aquello no sabía” tuvo mucha fe en que lo que no sabía él bien
podían saberlo los demás. Y convocaba abiertamente a la cooperación haciendo
algo que solo los muy líderes son capaces de hacer: construyen éxitos y logros
institucionales, no desde la épica personal, sino desde el logro colectivo y el
reconocimiento al buen desempeño del equipo.
No dejaba por eso de ser un líder prominente, pero era
ese tipo de liderazgos de puertas abiertas, convocante, capaz de subir al navío
a todos aquellos que pudieran, que supieran, que quisieran. No deja de ser
parte de su biografía más vital el haber pasado buena parte de su vida al
frente de un barco, sabiéndose tan útil como competente podía ser su
tripulación. Tal vez eso le dio el talante para esa apertura fresca que siempre
mantuvo.
A veces la cercanía es un inmenso esfuerzo. Tiene,
pienso yo, muchas formas, su acceso se puede producir desde muchos vericuetos.
Pero hay formas “paulinas” que se practican con la humildad del que agarra su
carro y emprende camino por todo el país, animando, conversando, convocando,
recordando y advirtiendo que este país es único y que bien merece la pena hacer
todo lo posible para restaurarlo.
Ese país, ancho, ajeno y obtuso, comienza a ser así
cercano, amigable, propicio, franco y reconocible, más allá de la debida
ceremonia, regodeado en la celebración de la amistad y de la identidad de
propósitos. No es fácil, pero es la única realidad que tenemos el pretendernos
todos parte de una misma tripulación que intenta llegar a su destino. No es
fácil porque la distancia es desmesura, y porque los tiempos humanos son
escasos.
Pero allí encontramos otra lección de esa época: El
líder lo hace mejor si lo disfruta. Nada puede salir bien si se impone como una
carga insoportable. Y yo creo que no hay nada que más emocione al Nelson que yo
conozco que agarrar camino y adentrarse en un país que espera de sus líderes
esa asiduidad que practicó sin asomo de cansancio.
Tal vez por ese talante de cercanía, integración y arrojo,
nosotros desde la Cámara de Caracas, celebramos a los líderes que bien
confluyeron en esa época como “Los cuatro mosqueteros”. Los que visitan nuestra
sede se encuentran a la entrada con una caricatura de Rayma, que encargó Diana
Mayoral, nuestra presidenta de aquel entonces. Allí están Nelson, Eduardo, José
Manuel y Genaro, imaginados como paladines, bien acordados, disponibles y
mirando de frente como esperando que su apertura fuera reciprocada con el
respaldo que, por cierto, nunca les negaron.
Muchas tardes de domingos pude participar en jornadas
estratégicas, donde todos por igual aportaban ideas, puntos de vista y
consideraciones que luego ellos procesaban y administraban. Fue buena esa época
en la que las decisiones no estaban enclaustradas. Esa apertura de los líderes
hacia el resto de los que querían colaborar y tenían algo que decir les dio
frescura y transparencia, y por supuesto, resultados. No es casual que dos de
ellos sean hoy honorables y sufrientes diputados ante la Asamblea Nacional. No
es casual que esa haya sido la fragua que los fue cincelando desde la vocería
gremial a los que hoy defienden las exigencias de decencia republicana de la
mayoría de los venezolanos.
No podemos olvidar que los líderes modernos son como
esos 4 mosqueteros lo fueron: no le temen a la diversidad, practican el
pluralismo y no caen en la tentación del sectarismo, o del clasismo, o del
exclusivismo. Pienso yo que los marinos saben mezclar bien las dosis de
disciplina, jerarquía y camaradería que mantienen a todos motivados y alineados
alrededor de un propósito que no deja nunca de ser vital. Y es que no hay mejor
forma de conocer a la gente, al país, a los aliados, y también la ruindad del
adversario, que entrando en contacto con ellos, que atreverse a debatir,
dialogar, escuchar y palpar el estado de ánimo, el propio y el ajeno.
Son muchas las tentaciones a las que, todos nosotros,
hemos estado sometidos en los últimos 15 años. Una de ellas es haber pensado,
si es que alguna vez lo hicimos, que es posible salvarse sectorialmente al margen de la suerte del país. Que podíamos
castrar nuestra práctica y nuestro discurso de esa preocupación cívica que
mezcla lo propio con lo de los demás y saca saldos globales. Que si le iba bien
al comercio, pues dejaba de importar si en tanto el resto se hundía en
cualquiera de las crisis. Ya sabemos, tal vez hemos tenido que aprenderlo por
las malas, que el país es único e indivisible, que somos parte de un sistema
que se afecta integralmente si no encuentra sinergia.
Esta conciencia exige de los líderes un asomarse al
entorno en búsqueda frenética para construir alianzas y demostrar ser confiables.
No hay alianzas que puedan ser sólidas si no estamos dispuestos al respeto, al
mutuo reconocimiento y algo más, el ser sensibles a las necesidades de los
otros. No hay alianza que no encuentre su mejor abono en la realización
conjunta, sobre todo en un país ahogado en palabras, promesas, imposturas y
propagandas que no son fieles a la realidad ni honran los compromisos.
Nunca fue más necesario que en la época del primer
Referéndum Constitucional y nunca más propicio que Nelson estuviera al mando.
Se construyeron redes con otras instituciones, se habló con organizaciones de
la sociedad civil, se hicieron contactos con los partidos políticos, se
establecieron mecanismos de comunicación con las iglesias y se elaboraron
razones para ir por todo el país contribuyendo a la generación de un ambiente
desde el cual, democrática y pacíficamente, se pudiera afrontar un viraje hacia
la izquierda para el que el país no estaba preparado.
Eso funcionó. Nelson agarró su carro y se fue de gira
con un pequeño grupo para galvanizar las Cámaras de Comercio y hacerlas voceras
empoderadas de un argumento, que por cierto, no venía en el formato de la
imposición sino en formato de debate persuasivo. Y repito, funcionó, porque al
final el grano de arena que se aportó tiene decenas de anécdotas a favor de la
unidad de propósitos que se obtuvo. Me imagino que los marinos no saben de
límites, ensimismados con esa inmensidad con la que tienen que lidiar, y que
tarde o temprano los expone a lo plural, lo diverso, lo diferente que
encuentran en cada puerto, cuyo acercamiento supone el tener que cuidar los
detalles, tal vez milimétricos, del atraque en el muelle.
A veces pareciera como si este país estuviera
condenado a la falta de prójimo. Ese pensar, que a veces es producto del miedo
y otras del desaliento, que lo humano nos es ajeno, y que la suerte de los
demás no es cuestión de nuestra incumbencia. Esa peculiar forma de administrar
nuestras circunstancias nos ha hundido muchas veces en la desolación de la
desconfianza y la desesperanza. Por eso creo que tenemos que rescatar de la
época de Nelson esa predisposición a la solidaridad que solo se puede demostrar
con el testimonio de la presencia. Estar en el momento adecuado y en el sitio
adecuado puede hacer la diferencia. Practicar la solidaridad activa es una
potente formula de resistencia civil que nos hizo ir a cárceles donde padecen
los presos políticos, o a sinagogas devastadas por la violencia, o la visita al
Nuncio cuando en el peor momento de las relaciones temían la inminencia de un
allanamiento de parte de las fuerzas de seguridad del gobierno. Era la época
previa a la evasión de Nixon Moreno, a la sazón asilado en la nunciatura.
Esa misma solidaridad nos movió a reivindicar la
figura y el martirio de Franklin Brito, que al fin de cuentas llevó hasta el
extremo una exigencia de dignidad irreductible que debe ser algún día colocado como
ejemplo de un país que no se rinde. Lo
cierto es que esa presencia “consoladora” que se practicó con sentido
estratégico le connoto una dimensión humana a una gestión que suele ser de
discurso centrado en la economía, puertos, aduanas, dólares, CADIVI y demás
rigores de este socialismo que nos ha tocado vivir.
Quizá algunos no sepan que Nelson es un apasionado de
la historia y de los toros. Lo digo aquí porque me parece esa una mezcla
admirable de la reflexión y del gozo, de la profundidad y la futilidad de un
momento. Esa mixtura se aprecia en buena parte de su ser y de su hacer. Es como
si la reflexión y la acción tuvieran también esa bravura que algunos aplauden
en el toro dispuesto a dar la pelea hasta el final, aun presintiendo que la
tiene perdida por anticipado. Todos sentimos, al estar a su lado, ese impulso
arrollador, pero que no se negaba a pensar y a interrogarse el por qué de estas
batallas que nunca concluían.
Pero sobre todo es un admirable amigo. Quizá por esa
razón estamos aquí muchos de nosotros. Yo el primero. Pero lo realmente cierto
es que además de eso nos congrega un esfuerzo para desafiar el olvido y el silencio.
La gente buena merece ser contada, una y otra vez, merece convertirse en la
explicación sencilla que acompaña la contemplación de una foto de la galería de
expresidentes. Un relato sobre lo que hizo y lo que significó su gestión. Un
relato de las convicciones que fueron su estandarte, y que prefirió no arriar
aun a costa de la incomprensión.
Hay que aprender a ver esa trayectoria que viene desde
el primero hasta el último. Para eso hace falta escribir la historia y
comprenderla. Hay que hacer el esfuerzo de mirar el aporte que entre todos han
construido y legado, y por supuesto, la decisión personal que cada uno de ellos
se impuso para seguir esa línea conductora de principios y valores que nos
dieron razones para fundar esta institución y nos siguen aportando argumentos
para continuar esta lucha un día tras otro.
En un país como el nuestro nadie puede darse el lujo
de prescindir ni de su historia ni de los hombres que han contribuido a ella.
Por eso, lo mejor de todo es que Nelson está con nosotros y continua con
nosotros escribiendo las líneas de esta cotidianidad crítica y dramática en la
que todos los días aparecen muchos puntos de inflexión que han sido elaborados
pacientemente desde hace mucho tiempo. Continúa dando sus batallas por las
cosas en las que cree. Continua activo como empresario y como dirigente con
sensibilidad social. En muchas cosas ha sido plenamente reivindicado, porque
todos sabemos los avatares de nuestros últimos tiempos, todos sabemos de la
nostalgia por lo que pudo ser, y todos también sabemos que lo hecho, hecho está
y que el pasado no es revocable. Pero el futuro siempre está por hacer.
Me hace muy feliz que esta celebración tenga como
contraparte de esta foto a un Nelson vital y comprometido que sigue sin darle tregua al miedo, exponiéndose
como muchos otros y dándole sentido a esa heroicidad cotidiana que reconocía
Don Augusto Mijares como parte del acervo virtuoso de muchos venezolanos y que
me permito compartir con ustedes: “Héroe es el que resiste cuando los otros ceden;
el que cree cuando los otros dudan; el que se rebela contra la rutina y el
conformismo; el que se conserva puro cuando los otros se prostituyen”.
En esas palabras del insigne pensador venezolano hay
una forma de contar esta historia y muchas otras similares a la que hoy estamos
celebrando. Porque de eso se trata: de haber resistido, de haberse rebelado, y
de haber mantenido en alto las consignas a favor de la libertad cuando muchos
otros querían entregarlas. Así me gustaría que todos nosotros recordáramos la
época en la que Nelson fue nuestro presidente.
Agradezco nuevamente a Mauricio Tancredi el haberme
permitido decir estas palabras y a Nelson el esperar pacientemente por cuatro años el que las pudiéramos decir.
Gracias a todos.
Por Víctor Maldonado C.
Caracas. 14 de Mayo de 2013
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