Por Oscar Izaguirre para El Interés
¿Qué es vivir en hiperinflación? Simplemente la locura total, donde nada permanece el tiempo suficiente para que una persona pueda saber donde está parada, porque al que quiere vender no le compran y al que quiere vender no le venden cuando nadie sabe cuánto cuestan las cosas y menos aún cuánto van a valer al tratar de reponer los inventarios.
¿Qué es vivir en hiperinflación? Simplemente la locura total, donde nada permanece el tiempo suficiente para que una persona pueda saber donde está parada, porque al que quiere vender no le compran y al que quiere vender no le venden cuando nadie sabe cuánto cuestan las cosas y menos aún cuánto van a valer al tratar de reponer los inventarios.
En este
escenario los costos se calculan con sistemas tipo “yo creo que”, “me parece” o
“por las dudas yo lo cobro a”, para que los compradores terminen el día sin
saber si los estafaron y los comerciantes e industriales si se están fundiendo
o están ganando algo con esa venta.
Entonces ¿sólo hay perdedores en elevada
inflación o en la hiperinflación? No, hay un ganador y es el Estado,
que es el que emite moneda aunque no tenga respaldo para pagar sus deudas y
licúa sus pasivos, mientras la sociedad se empobrece al mismo ritmo que crecen
los billetes sin valor para comprar bienes y servicios.
Cuáles son
las características que debe cumplir la moneda de un país para ser reconocida
como tal y qué ocurre cuando hay que vivir con una inflación alta o en
hiperinflación.
La moneda
debe servir como unidad de cuenta, pero en cambio todo el mundo calcula los
precios en dólares, porque no creen en la moneda local, de la
cual huyen si pueden.
La moneda
debe ser un bien de cambio, o sea que todas las transacciones de bienes y
servicios puedan hacerse en el signo nacional. Pero todo lo valioso se transa
en divisas y los inventarios de los productos que se venden en moneda local se
calculan con precios de reposición a lo que se supone valdrá la divisa en el
futuro.
Debe ser
reserva de valor, de modo que si hoy con un bolívar se puede comprar un vaso,
mañana con otra cantidad igual de moneda se puede volver a comprar otro vaso
idéntico, pero cuando existe una elevada inflación eso es imposible porque se
necesita mucho más dinero para adquirir lo mismo.
Las
consecuencias reales para la gente que debe vivir por un largo tiempo en un
país con alta inflación es que se tarda en reconocer el fenómeno. Los precios
van por el ascensor y los salarios por la escalera. Luego todo el mundo
advierte que el dinero cada vez compra menos y se empieza a perder calidad de
vida y cuando finalmente llega la hiperinflación hasta la salud mental de una
parte importante de la población.
Primero se
eliminan los consumos superfluos o suntuarios, luego
se trata de achicar en la medida de lo posible los gastos imprescindibles, se
consumen los ahorros y comienza un peregrinaje para hacer rendir el dinero
disponible, pero es como correr para alcanzar el horizonte.
Es negocio
para los grandes capitales que pueden hacer stock de materias primas o
productos terminados. Sin embargo ¿puede el ama de casa comprar en enero todas
las botellas de aceite que necesitará para cocinar por todo el año? Como no
puede es víctima del último precio que siempre es mucho más alto que los
anteriores, porque se descubre que todo precio pasado fue mejor aunque en su
momento parecía un escándalo.
En Argentina
se le restaron trece ceros al peso, sí, TRECE, primero le quitaron
dos, luego tres, después cuatro y finalmente otros cuatro ceros, y las personas
ancianas aún hablaban refiriéndose a los precios de dos monedas atrás porque no
tenían capacidad de adaptarse a tantos cambios brutales y se quedaban en el
tiempo.
Un pequeño
productor necesitado de comprar un insumo para fabricar cualquier producto, se
lo llevaba sin conocer el precio -porque no estaba el listado- para evitar
parar la producción. En algún momento recibía la información de
cuanto costaba, probablemente después de haber vendido el producto y sin chance
de cambiar el monto facturado.
La tasa de
inflación mensual, antes de la hiper reconocida en los índices oficiales era de
30% mensual, la tasa de interés bancaria era de 50% mensual, y cuando no se
podían cubrir los cheques emitidos diferidos, el usurero “resolvía el problema”
con un costo de 70% mensual.
Ya en plena
hiperinflación, pagar con un cheque que se acreditaría en 48 horas era
castigado con el 10% adicional porque el interés diario era de 5%
Las empresas
pagaban sus compromisos entregando cheques los viernes luego de la hora del
cierre bancario porque les abonaban el 5% diario para que dejaran en el banco
esos fondos para hacer encaje legal, ya que los fondos propios o los depósitos
de cuenta corriente estaban destinados a comprar dólares que subían todos
los días o a préstamos de usura a los desesperados que no tenían más remedio
que tomarlos.
Desaparecido
totalmente el crédito comercial porque el Estado demandaba todos los
fondos disponibles, con los asalariados sufriendo la destrucción de su ingreso,
un jubilado llegó a cobrar 7 dólares mensuales de pensión, y en ese juego de
suma cero, en el que lo que uno ganaba otro lo estaba perdiendo, el país se iba
a la bancarrota porque la inversión desaparece, en las empresas el gerente
financiero era Dios y nada que sonara a producción, ventas, mantenimiento, era
atendido. ¿La razón? Los fondos debían aplicarse al juego financiero de alta
velocidad (ej. plazo fijo a tres días) y la fuente de trabajo se destruye
porque no conviene hacer otra cosa que jugar con el dinero para hacer más
dinero en lugar de producir.
El déficit
fiscal se cubría con postergación de pagos a los proveedores, con
emisión descontrolada y con deterioro de los servicios, porque lo que se
recaudaba no alcanzaba ni para pagar los salarios de los empleados públicos.
Así, el
camino que quedaba era el del endeudamiento interno y externo que pagarán las
administraciones y generaciones futuras, o el default, o sea el desconocimiento
de los compromisos adquiridos para mantener la fiesta, aunque a sabiendas que
en economía se puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias,
porque como dice la expresión popular “no existe almuerzo gratis”. La receta de
congelar precios completó la debacle económico financiera sin que nadie la
respetara.
Vivir por
tiempo prolongado en alta inflación o en hiperinflación, pese a que suele ser
de corta duración, es como un huracán que se lleva todo lo bueno que pueda
tener una economía sana. Y si no lo creen pregúntele a un habitante de Zimbabwe
si quiere volver a pagar dos millones de dólares zimbabwenses por un huevo.
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